Noche del 14 de septiembre en La Arboleja. Ateneo Huertano. La Peña Flamenca Los Pájaros continúa su marcha nocturna con la visita de Juan Ramírez al cante y José Luis Scott a la guitarra. Un cartel reclama CUIDA LA HUERTA. Un fondo de altos árboles y lechuzas configura la cuarta pared del rio Segura en el tablero preparado para la voz. Hay predisposición y poca gente. Decía Mairena que en el cante todo estaba hecho, que no había nada nuevo que inventar. Que era necesario aplicar sutilezas, dulcificar, educar, enseñar: pedagogía del arte. No hay mejor ventana, más limpia y oscura que el huerto, aquellos huertos que describía Ramón Gaya. De cerca, la usura de las paredes medianeras sin acabar, la tierra que reclama el rocío y un grupo de mujeres y hombres esperando, comiendo, cerveceando, conversando. Al fondo, tras las tablas, cruza en diagonal un tendido eléctrico que se va hacia el Rincon de Beniscornia, por lo menos. Hay farolillos, guirnaldas de luces. Hay gente interesante y menos interesante, depende de la luz que enfoque la mirada. Hay también media tapia, unas sillas plegables y una docena de mesas. En la media tapia, una especie de apoyo para la mano y la pierna, desde donde se tiene una visión lateral perfecta del escenario y el recurso de apoyarse contra la pared, para que el cante nos impacte, en su caso nos hiera o nos emocione.
Comienza Ramírez a entonar una malagueña, después vinieron tangos, taranta, granaína, milonga...cante clásico. La voz clara y potente de Juan emocionó siempre, voz que suena limpia y aguaclara, educada. Vestido de plata, lorquiano, jondo y melódico a la vez, sabio en el cantar, rizo en la frente, como de otra época. Estoy a gusto, dijo. Nosotros también. Bonita milonga, entrañable granaina, geográfica y sentimental taranta -de Alcantarilla a Totana-. Me gustaron sus manos, volando, recortando la noche, señalando al cielo, en paralelo al sentimiento, expresividad y calor. Le pidieron algo -un romace cordobés- desde la sombra; para otra vez. Para otra vez lo esperamos, porque fue bueno y nos hizo buenos por estar allí. Pequeñas ocasiones que proporcionan felicicidad efímera. No es poco para estos tiempos.
Scott, en la guitarra, se hizo un nudo con ella, concentrado, hermético, con mensaje profundo. Tambíen clásico, con el formato estético de aquellos guitarristas que no acarician el instrumento, sino que lo poseen y domeñan, al compás del cantante, o no, vida propia del sonido. Buena compañía.
Después, finalizado el recital, corros alrededor, círculo de amistad, charla. Por allí estaban Paco Frutos, Julián Páez, Guillermo Castro. Se arrancaron unos cantes. Gente de la Peña. Una velada clasica, sin negocios, sin rezos, sin cuartel. Me fui antes, eran las dos y allí seguian los contertulios con guitarra de por medio. Cuando regresaba a Espinardo, Júpiter se asomaba en el cielo. En efecto. Una hermosa noche joviana.