Alonso Núñez Fernández Rancapino Chico crece por enteros en ambientes flamencos íntimos, donde el calor cercano del público saca de él duendes escondidos que recuerdan el cante flamenco añejo, el de cantaores de otra época, como Aurelio de Cádiz, Valderrama, su propio padre que aún vive, Camarón o Caracol. Alonso es tímido en un primer contacto, se aleja del micrófono como si le diese miedo, provocando en el que escucha la sensación de que su voz se pierde.
Acostumbrados al exceso de volumen que hoy prepondera en los recitales flamencos, Alonso va a pie cambiao, demostrando que para cantar bien flamenco no hace falta gritar, sino todo lo contrario. Su cante es sostenido, pausado, sin alardes superfluos. Rancapino parece escucharse a sí mismo por dentro antes de emitir ningún sonido, es entonces cuando su garganta desgrana notas flamencas que embelesan por su gran belleza y gusto. El recital del pasado viernes en Murcia Flamenca se recordará por mucho tiempo. El espacio de La Madriguera estaba literalmente desbordado de público, y eso que no era una noche fácil, en la que hasta otros tres eventos flamencos de primer nivel se programaban en la ciudad. Pero llegaron los duendes a Murcia Flamenca y mucho público de dispar origen se acercó a nuestro nido, creando un ambiente en el que Alonso Núñez Rancapino Chico brilló especialmente, brindando momentos de auténtica magia.
Comenzó por Soleares, despacito, con aires de la Serneta y estilos gaditanos, tercios cortos y gran sentimiento. Buen comienzo que arrancó los primeros aplausos de un público que se había entregado ya en el primer tercio de la noche. Alegrías de Cádiz nos trajeron los ecos de su padre. Alonso ya se había calentado y pasó a abordar una de las piedras de toque de todo el que se precie como buen cantaor: la Malagueña de El Mellizo, uno de los mejores cantes de la noche, de gran expresividad e impacto emocional. Por Tangos se acordó de Camarón y “Rosa María” poniendo en la mesa su condición de origen gitano de Chiclana. Por Fandangos hizo varios estilos con voz contenida, sin llegar a romper, estilo donde es costumbre partirse la camisa, terminando en pie, con un aire a Valderrama, tras expresar que se sentía inspirado, bordando los tercios con maestría y gran libertad. Las Bulerías fueron otro de los estilos donde Alonso estuvo inmenso, dominio de compás y soniquete marca de la casa. Se despidieron por Zambra, tras una larga ovación del respetable, que exigía un merecido bis en una noche en la que el cante supo a poco, como siempre. Mentó Alonso a Paco Cepero, autor de la zambra, y también pudimos ver a Caracol, que se asomaba por momentos en la voz del chiclanero.
Antonio Higuero a la guitarra, su 50%, como dijo Alonso, demostró cómo se debe tocar la sonanta. Todo un lujo, un guitarrista de toque limpio, seguro, preciso, con un abanico de falsetas de bella composición fue el contrapunto perfecto para la voz del de Chiclana. Con los dos a bordo, ya se puede hundir el barco, que yo me quedo. ¡Qué noche!
Guillermo Castro