viernes, 19 de octubre de 2012

Un aire de colmado flamenco...


Tiene el local de Los Pájaros un entrañable aire de colmado donde caben baratijas maravillosas. A la vez cueva, útero y refugio. Lugar para sonidos y prodigios, viajes por el sonido más apretado, abalorios, camisetas, cuadros de una exposición. Para llegar allí, si es de noche, como esta octubrina, hay que recorrer un camino sinuoso, denominado carril por su propensión al paso de animales uncidos. Sirva esta breve descripción del ámbito, que une la intimidad con la extrañeza, la calidez con el frio de las cervezas, unos exquisitos gin-tonics con yerbas y frutos rojos y hasta botijos decorados con mimo. La luz del techo es del tipo autoservicio, con tiradores manuales a modo de interruptores. La gente que lo atiende, mañosa y amable. Aquí ha echado sus raíces migratorias y volanteras la Peña Flamenca Los Pájaros. 


La velada del 12 de octubre nos trajo a Bastián y a Faustino Fernández. Pelo afilado, color de raza, impecables zapatos, sentado al borde de la silla, inclinado. Una voz nasal de chanssonier francés, un recuerdo de Camarón y un trascendente homenaje al Estrecho, al mar por donde se humedecieron cantes gitanos y jerezanos. Temple, hondura, estrépito a veces, jaleo, zambra de dedos, alabeo de guitarra y miradas cómplices entre el cantaor y el guitarrista. Un templado -desde el acero de los dientes y la mente de los dioses- cante, concentrado, armonioso, acompasado, hondo. Tanto como el mar de Levante, tanto como el quejío implícito en el magnífico cartel de Ángel Haro que decora una esquina del escenario: toná, cuplé por bulerías, soleá, rumbitas, alegría, fandango, tango...pueden faltar palos, pero, a base de fuerza, de chasquido de dedos y tímidos palmeos, Bastián y Faustino estuvieron íntimos y grandes. Cosas. 
            
Dame limosna de amores, Dolores...
Ay, alfileres de colores...
fatiguitas mortales...
barcos que cruzan la mar, por el Estrecho...

Tiene Bastián sonrisa en los ojos cuando canta y arrugas favorecidas por el tiempo. Ni grande ni pequeño. Flamenco. Faustino mueve la cejilla por el traste y no deja de mirar al maestro. Las gentes estábamos contentas. Nuestra familia bien. Los nuevos amigos. Rodeados de cuadros de Molina Sánchez que hacían guiños desde sus macetas y flores a los cantes de Bastián, a la guitarra de Faustino. Una interesante velada muy cultural, afectiva y flamenca.

Tiempos, que, por supuesto han pasado, para mí muy lejanos, me hacían soñar con ser creador, construyendo un desvaído retrato de artista adolescente. La vida nos ha llevado a contracorriente, como Ulises, como Leopold Bloom tomando espirituosos y comiendo criadillas -cuando se puede- y a disfrutar de estos sabios, hondos y tercos músicos que mantienen encendido el faro de Los Pájaros. Aunque tengan un vuelo bajo, como los mirlos. Molina Sánchez, Ángel Haro, Bastián y Faustino. Qué noche la de aquel día.

Paco Franco

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