Tiene el local de Los Pájaros un entrañable aire de colmado donde caben
baratijas maravillosas. A la vez cueva, útero y refugio. Lugar para sonidos y
prodigios, viajes por el sonido más apretado, abalorios, camisetas, cuadros de
una exposición. Para llegar allí, si es de noche, como esta octubrina, hay que
recorrer un camino sinuoso, denominado carril por su propensión al paso de animales
uncidos. Sirva esta breve descripción del ámbito, que une la intimidad con la
extrañeza, la calidez con el frio de las cervezas, unos exquisitos gin-tonics
con yerbas y frutos rojos y hasta botijos decorados con mimo. La luz del techo
es del tipo autoservicio, con tiradores manuales a modo de interruptores. La
gente que lo atiende, mañosa y amable. Aquí ha echado sus raíces migratorias y
volanteras la Peña Flamenca Los Pájaros.
La velada del 12 de octubre nos trajo a Bastián y a Faustino Fernández. Pelo
afilado, color de raza, impecables zapatos, sentado al borde de la silla,
inclinado. Una voz nasal de chanssonier francés, un recuerdo de Camarón y un
trascendente homenaje al Estrecho, al mar por donde se humedecieron cantes
gitanos y jerezanos. Temple, hondura, estrépito a veces, jaleo, zambra de
dedos, alabeo de guitarra y miradas cómplices entre el cantaor y el
guitarrista. Un templado -desde el acero de los dientes y la mente de los
dioses- cante, concentrado, armonioso, acompasado, hondo. Tanto como el mar de
Levante, tanto como el quejío implícito en el magnífico cartel de Ángel Haro
que decora una esquina del escenario: toná, cuplé por bulerías, soleá,
rumbitas, alegría, fandango, tango...pueden faltar palos, pero, a base de
fuerza, de chasquido de dedos y tímidos palmeos, Bastián y Faustino estuvieron
íntimos y grandes. Cosas.
Dame limosna de amores,
Dolores...
Ay, alfileres de colores...
fatiguitas mortales...
barcos que cruzan la mar, por el Estrecho...
Tiene Bastián sonrisa en los ojos cuando canta y arrugas favorecidas por
el tiempo. Ni grande ni pequeño. Flamenco. Faustino mueve la cejilla por el
traste y no deja de mirar al maestro. Las gentes estábamos contentas. Nuestra
familia bien. Los nuevos amigos. Rodeados de cuadros de Molina Sánchez que
hacían guiños desde sus macetas y flores a los cantes de Bastián, a la guitarra
de Faustino. Una interesante velada muy cultural, afectiva y flamenca.
Tiempos, que, por supuesto han pasado, para mí muy lejanos, me hacían
soñar con ser creador, construyendo un desvaído retrato de artista adolescente.
La vida nos ha llevado a contracorriente, como Ulises, como Leopold Bloom
tomando espirituosos y comiendo criadillas -cuando se puede- y a disfrutar de
estos sabios, hondos y tercos músicos que mantienen encendido el faro de Los
Pájaros. Aunque tengan un vuelo bajo, como los mirlos. Molina Sánchez, Ángel
Haro, Bastián y Faustino. Qué noche la de aquel día.
Paco Franco