domingo, 29 de junio de 2014

Punto y aparte



Este sábado Murcia Flamenca se despidió de todos los aficionados al flamenco con una gala de baile en la que Maise Márquez nos visitó otra vez. La emoción y la pena de tener que partir de nuestro querido local aprisionaba nuestros corazones, que solo encontraron consuelo en el baile de Maise, el cante de Cristina Tovar y la guitarra de Óscar Gallardo. Comenzó el recital con un cante por malagueñas en la voz rajada de Cristina, con templanza y fuerza, terminando con abandolaos. La cantaora sevillana tiene una voz de metal brillante y áspero, muy compleja y personal. Óscar Gallardo se atreve con un toque por fandangos de Huelva con los jaleos de Cristina y Alberto Torres, guitarrista flamenco de Ardales habitual en nuestra peña al que se le pidió colaboración. Llega el turno del baile, con Maise en unos tientos donde lució una peineta natural de romero y falda gitana muy colorida. Su cara es reflejo del sentimiento que la impulsa a bailar, con expresiones que transmiten su jondura y flamencura acompañada de los pitos de sus dedos, vueltas de su cuerpo y medido braceo. Acabó el baile por tangos, donde ya sonrió, matando la araña y meneando sus caderas con picardía mientras se recogía la falda. De nuevo Óscar aborda un toque a solo, ahora por bulerías, en las que pudimos constatar la soltura con la que se mueve este guitarrista con su instrumento. A destacar el alzapúa de Almoraima de nuestro gran Paco de Lucía que en los dedos de Óscar sonó como debe. Cante por Alegrías, en las que  Cristina casi se parte el esternón cantando, sirvió para preparar el baile final por soleá, donde Maise, con un vestido negro, se prepara y sube lentamente al escenario para darlo todo. Su majestuosidad y figura elegante es transmisión pura. Algunos de sus movimientos parecen de figura de porcelana. Da vueltas y se frena, gira despacio y acelera. Su puño izquierdo se retuerce girado tras su espalada y el dolor de la soledad recorre su cuerpo. Algunas de sus mudanzas recogen el eco de Carmen Amaya, con sus poses, fuerza y garbo. Pudimos ver alguna torería con la suerte de matar al toro en el final por bulerías. Gran y largo aplauso y fin de fiesta para acabar, donde hubo miedo a que alguien del público subiese a darse una pataíta.
La fiesta acabo muy tarde, amaneciendo. Los cabales recogieron la noche con sus cantes espontáneos y ronroneos de las guitarras. No querían irse, no querían dejar el lugar de tantas reuniones y momentos vividos con emoción en estos diez meses donde el flamenco se ha manifestado de forma tan abierta, pura y espontánea. Hemos soñado el flamenco y lo hemos tenido. Lo hemos vivido, lo hemos tocado con las manos de nuestras almas y corazones, lo hemos agarrado y ahora sentimos que se nos escapa. Casi se nos está escapando… Toca trabajar, toca gritar, toca luchar otra vez y soñar de nuevo con vernos pronto en algún otro lugar mágico donde podamos otra vez subir al cielo y acariciar el flamenco con nuestras almas. Nos vemos pronto.

Guillermo Castro


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